Todo comenzó en la primera mitad del Siglo XX, cuando se utilizó por primera vez de manera generalizada metralla durante la Segunda Guerra Mundial. Los soldados que lograban sobrevivir al daño cerebral volvían a casa con secuelas, pero ya nunca serían los mismos.
La sociedad se vio con la necesidad de detectar, diagnosticar y explicar el comportamiento de estos soldados, así como plantearse qué hacer con estas personas. Algunos médicos de la época como Alexander Luria (considerado como el padre de la Neuropsicología) comenzaron a investigar y a proponer soluciones prácticas a este problema. Se desarrollan las primera técnicas de diagnóstico y los primeros programas de rehabilitación neuropsicológica.
A grandes rasgos, podemos entender la neuropsicología clínica como una ciencia aplicada que se ocupa de la expresión conductual de las disfunciones cerebrales (Lezak, 2012). Esta ciencia se ha ido nutriendo de otras ramas de la psicología.
La psicología educativa aportó los “tests de inteligencia” gracias a autores como Binet y Spearman. Este es el origen de las pruebas de evaluación neruopsicológica, herramientas estandarizadas que permiten valorar las habilidades mentales de cada persona y comparar estos resultados con los datos estadísticos de la población general.
La psicología experimental, en sus inicios, se basaba en el estudio con animales y personas (estudiantes de psicología en las universidades) para estudiar el comportamiento normal. Sin embargo, empezaron a estudiar casos especiales de personas que tenían daño cerebral muy localizado, como en caso de ictus o heridas de guerra. Se dieron cuenta de que estas personas presentaban alteraciones cognitivas específicas cuando una parte del cerebro se dañaba.
Mientras tanto, la evolución científica y tecnológica crecía, se desarrollaban cada vez más técnicas de neuroimagen que permitían afinar y profundizar en el conocimiento de las estructuras cerebrales. A los neuropsicólogos, estas técnicas les aportan una base neurológica a los constructos psicológicos. Es decir, las técnicas de neuroimagen (resonancia magnética, por ejemplo), nos permiten entender qué parte del cerebro se corresponde con un proceso psicológico determinado. Así, sabemos que el lóbulo frontal está muy relacionado con la toma de decisiones.
Hoy en día, esta joven ciencia sigue desarrollándose precisando cada vez más la relación entre el cerebro y la conducta (sí, las emociones también). Podemos entender mejor qué papel tienen las conexiones y estructuras cerebrales en los procesos cognitivos (como la memoria, el lenguaje, la atención) y evaluar con alta precisión el rendimiento de cada proceso para poder hacernos una idea del funcionamiento cerebral, cognitivo y emocional de la persona.
Sin embargo, no solo queremos conocer cómo está el cerebro de la persona sino que eso nos sirve para poner en marcha un plan absolutamente personalizado e individualizado de rehabilitación neuropsicológica. La intervención tiene como objetivo lograr la máxima recuperación posible de cada persona, para una mayor autonomía y calidad de vida, tanto para la persona afectada como para sus familiares.
Para ello se pondrán en marcha distintas actividades y ejercicios cognitivos que estimulen todas las funciones cerebrales de la persona afectada. Así mismo, se pretende dotar de herramientas útiles y mecanismos de compensación para suplir las funciones perdidas y poder tener tanta autonomía y funcionalidad como sea posible.
Idealmente, la intervención no se debe quedar en la consulta sino que la colaboración de la familia es fundamental para el éxito de la terapia. Se debe realizar un trabajo en equipo para generalizar e implementar los éxitos terapéuticos a la vida cotidiana.
Irene Marivela Palacios
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